El largo invierno de Arda (por Edrahil)

Invierno. A un largo invierno se asemeja la tercera edad del mundo para los Eldar. Un invierno duro y frío, donde los amigos migran hacia lugares más cálidos, donde la luz de los Valar ahuyenta la oscuridad que cubre la tierra con pasos de gigante.

Una figura blanca, impoluta, melancólica, contempla el paisaje nevado junto a la falda de las montañas. El mundo parece moverse, mientras él permanece en silencio. Poco cambian los elfos con los años, salvo que crece su melancólía y añoranza por la luz de Valinor, aquellos que la han visto porque la recuerdan y aquellos que han oído mentarla por lo que ansían conocerla.
Es invierno en el corazón de la Tierra Media, aunque no nieve, pues la tierra muere y los bosques fenecen bajo las hachas de los crueles orcos de Sauron. Recorrer los caminos polvorientos... aquel a quien llaman Qüenlarëdon por la pureza de su voz sabe bien lo que es recorrer las sendas olvidadas pues, pocos de los primeros nacidos se aventuran tan lejos de sus refugios en estos días a menos que tomen la ruta de los Puertos Grises, en la quebrada Lindon, donde el Mar Occidental se adentra en abismos insondables para los hombres y conduce a la luz de los elfos.
Las sendas de Rohan revitalizan el cuerpo y los sentidos de Qüenlarëdon, pues sus altas praderas verdes le traen recuerdos de Beleriand, cuando el mundo aún era joven y los elfos combatían la sombra con la gallardía y la altivez de quien sabe que se hallaen la plenitud de su poder y hermosura. Los animales no dañan al hijo de Alglarel y Mitheinel de Nargothrond. Le conocen y sucumben a sus susurros amables. Sólo las bestias sometidas a la voluntad de Sauron desean su mal... cuando son capaces de detectar su paso liviano.

Gondor, Minas Tirith, otrora conocida como Minas Anor, la Torre del Sol, homenaje al triunfo de la supremacía numenoreana sobre los hombres comunes de la Tierra Media. Osgiliath ya no es la capital, debe recordarse Qüenlaurëdon y la hermosa Torre de la Luna es conocidaahora como la terrible y maldita MInas Morgul, la Torre de la Hechicería.
Las Montañas sobre las que se asienta la Ciudad Blanca producen matariales inalcanzables en las húmedas tierras del Norte. Plantas y rocas necesarias para la práctica de la alquimia. Pero el camino es largo y está plagado de peligros y en ocasiones las sendas varían, pues semejante camino no puede emprenderse cada día y el viento del Este borra las huellas de los pasos de los viajeros.

Tharbad, a un tercio del camino de la Ciudad Blanca. Una sombra oculta las estrellas. La ciudad dormida descansa intranquila. Figuras oscuras merodean por las calles derruidas. Alguien le sigue, saltando de sombra en sombra. Un hombre embozado le sale al paso "Esta es mi ciudad, elfo"
"Nadie detiene el camino de los eldar, excepto aquellos que sirven al señor oscuro" Un cruce de miradas, un desafío en el aire. "No molestéis a los muertos". Dos figuras que siguen su camino, una de blanco inmaculado otra del color de la noche. Qúenlarëdon piensa largamente acerca de tan extraño encuentro. Un morador de las sombras que no sirve a las mismas. Un atani que se atreve a detener el paso de los eldar. Un figura solitaria en la noche. Dos caras de una misma moneda, piensa.

Qüenlaurëdon se detiene a descansar entre las flores. Ama esta tierra condenada. Quizás quede aún algo de esperanza, pero el poder de los elfos y los édain disminuye a cada día que pasa, mientras que el Señor Oscuro se hace cada día más poderoso en su trono de Barad Dûr. El elfo se pregunta qué nuevos prodigios verá en este viaje antes de llegar al calor de la sala del fuego, donde cantará los males del mundo y de las posibilidades de sus remedios y de hombres y elfos valientes y de mares y océanos distantes, que los separan de los Valar.