//Edrahil
EL ORGULLO DE UN REY
Siempre he sabido que era mejor que los demás. Siempre me lo han dicho. Mis progenitores se encargaban de recordármelo cada día de mi lejana infancia. El miembro de una antigua y poderosa raza, un rey entre los hombres. Un Rey del Mar. Soy un Numenoreano… aquellos que los perros infieles usurpadores llaman “Numenoreanos Negros”. Esos perros traidores nos abandonaron hace mucho tiempo, regalando su sagrado favor a los altivos y orgullosos elfos. Sirviendo a los Valar, que nos dieron la espalda y nos negaron los dones que por méritos merecemos. Ahora nuestro futuro es tan negro como el nombre que nuestros odiados “hermanastros” nos otorgan. Dependemos de Sauron y sus inmundos orcos para recuperar el esplendor de antaño. ¡Malditos sean! Tal es el precio que debemos pagar por recuperar los antiguos días de gloria. Incluso tenemos que soportar el mandato de los perros Corsarios, traidores de los traidores que una vez fueron enemigos. Los hijos de Castamir, los desheredados de la Guerra entre Parientes que asoló Gondor. Ahora debemos ponernos a las órdenes de sus capitanes de navío ¡qué humillación! Ellos que mancillan su sangre, mezclándola con la de los primitivos habitantes de estas tierras ¡Qué vergüenza! Pensar que una vez proclamaron la pureza de la sangre que corre por sus venas. No son tan diferentes de los Gondorianos. Nosotros no nos mezclamos con otros pueblos inferiores. Quizás por eso seamos tan pocos. Pero conservamos el orgullo de Andûnie. Recuperaremos lo que es nuestro, aunque tengamos que colaborar con estos perros.
LA HUIDA
¡Malditos sean los perros haradrim y sus mil veces malditos amos Corsarios! ¡Que todos juntos ardan en el infierno junto a su amo Sauron y sus inmundos orcos! Por su culpa me encuentro huyendo en mitad del asfixiante desierto, con apenas unas exiguas pertenencias y mis pertrechos de batalla. Sé que no debí hacerlo. Sé que nuestros líderes nos impelen a cumplir los mandatos de nuestros amos Corsarios. ¡Yo escupo sobre ellos y digo que no tienen el orgullo de un tejón del desierto! ¡Ningún perro Corsario me dirá lo que he de hacer nunca más!
He matado a mi instructor. Lo he hecho y no me arrepiento. Ese necio bastardo con pretenciones de sangre noble nos golpeaba cada vez que no hacíamos las cosas a su manera. El muy imbécil disfrutaba haciéndolo, puedo jurarlo. Mató a mi compañero de habitación, de más alto linaje que el suyo, a golpes sólo por negarse a cumplir sus órdenes. No tuve más remedio que ensartarlo como a la víbora que era. Yo portaba mi cota de mallas de color cobalto y el Karma de mi padre, el yelmo ancestral de mi pueblo, así como mi hoja numenoreana. Fue placentero oír su carne crujir mientras mi hoja se deslizaba desde su estómago hasta su espina dorsal. Se alzaron vítores en el campamento, pero sabía que el crimen que había cometido según sus leyes, supondría mi muerte en la horca o comido por as hormigas en el desierto, atado a 4 estacas bajo el sol. Debía huir, pero ¿dónde? ¿A Mordor? ¿Y sufrir una esclavitud aún peor a manos de los orcos? ¿A Gondor, a mezclarme con el odiado enemigo de tantas generaciones? Ulmo, ayúdame. Tus olas siempre me ampararon y siempre me siento feliz cuando surco la inmensidad del océano. Melkor ha desaparecido de la faz de la Tierra Media y Sauron no es más que un tirano que nos esclavizará junto con sus prole infecta. Ahora soy un paria. Un sin tierra, pero ¿acaso no lo somos ya todos los hijos de Númenor?
No sé a dónde me guiarán mis pasos. Ni tan siquiera sé si podré salir de este terrible desierto que drena mis reservas de agua. He cazado algunos tejones, pero su carne es dura y rancia. Si no sobrevivo a este último viaje, que mi alma descanse en paz para siempre en los eternos océanos.