El Ojo del Tigre
Capítulo I: Un extraño viajero
Era un día más, como otro cualquiera, en el que el buen Nadril se dirigía de Rivendel a Bree a por suministros para su sastrería. Tras un apacible viaje, apenas entorpecido por unos pocos bandidos, una parada para descansar y beber un poco en el Poni Pisador era algo obligado. Allí se encontraban, alrededor de una mesa, mis amigos Hamanth y Ethanor, Eothain, a quien había visto un par de veces, junto con otro hombre y un anciano. Amablemente fui invitado a compartir mesa con ellos y tener una de esas agradables charlas entre viajeros. Desgraciadamente en esta ocasión el surtido del tabernero era bien escaso y me tuve que conformar con una refrescante, pero nada agradable para mi gusto, cerveza.
La tertulia continuaba agradable hasta que el anciano, de nombre Laomir, empezó a contarnos una interesante historia. Beomir, su padre, había enriquecido a la familia gracias al comercio de pieles. Poco a poco, fue ampliando sus actividades hasta acabar en el negocio de joyas. Fue así como llegó a sus manos el “Ojo del Tigre”, un anillo con un magnífico rubí de color rojo intenso que al ser observado de cerca emitía reflejos dorados. El cómo esta joya, convertida en reliquia familiar, acabó en una cámara construida y protegida por trampas de los enanos no me quedó claro, sin embargo, no quería interrumpir en exceso al anciano ya que parecía tener dificultades para hablar. Nos contó que había pasado los últimos años de su vida intentando volver a Framsburgo, su tierra natal y donde se encuentra la cámara, sin éxito, ya que el pueblo se encontraba bajo una extraña maldición y era muy peligroso.
Obviamente, nada era más importante para Laomir que recuperar la joya familiar antes del fin de sus días (aparentemente cerca) lo cual nos cautivó a todos. Cada uno tenía sus propios motivos para embarcarse en la empresa, en mi caso, saber lo que se siente al perder algo, o a alguien, y saber que se encuentra en algun lugar esperando ser rescatado.
Sin embargo, la tarea no iba a resultar nada fácil pues, al parecer, la clave para abrir la cámara donde se encuentra el anillo se encontraba en el propio Laomir. Un enigma que no descubriríamos hasta llegar a la entrada.
Capítulo II: de Bree a Carroca, una travesía tranquila
Rápidamente hicimos los preparativos para el viaje, dado el estado del anciano, Hamanth y Eothain intentaron sin éxito convencer a la caravana de Bree para que nos acercaran. Por si no fuera suficiente con cruzar las nubladas con el anciano Laomir el clima tampoco acompañaba, algo de lluvia y un gélido viento procedente del Norte dificultaban la marcha. Poco a poco fui trabando amistad con Belgur, el miembro de la expedición al que no conocía. Camino de las nubladas nos encontramos con Mara, la cual se ofreció a ayudarnos a cruzar la temible montaña. Desgraciadamente Eothain recibió un aviso urgente, su presencia inmediata en Bree era requerida, con lo que tuvo que dejarnos y volver.
Las Nubladas resultaron una travesía tranquila, aunque dura por las imclemencias del tiempo. Un viento que cada vez mñas frío y potente soplaba con insistencia desde el Norte. Osos y lobos hacían el avance dificultoso a la par que hacían inviable un alto en el camino. Sin embargo, un mal paso provocó que Laomir se torciera el tobillo. Pese a la excelente cura realizada por Ethanor la marcha se ralentizó considerablemente, lo que hizo que no s enfrentáramos a más bestias de las previstas y a buscar un lugar resguardado para que el anciano recuperase fuerzas antes de continuar. Una vez llegados a Carroca agradecimos la compañía y ayuda de Mara, que no podía acompañarnos debido a causas más poderosas y proseguimos nuestro viaje.
Capítulo III: El viaje se complica
La tranquilidad de Las Nubladas contrastó con lo que estaba por aguardarnos: grandes cantidades de huargos y trasgos campaban a sus anchas poniendo en serios apuros a la expedición. En una de esas emboscadas estuvimos a punto de perder a Belgur, aunque las habilidades de curación de Ethanor lograron impedirlo.
Finalmente, y tras muchos peligros y encuentros que desearíamos haber evitado conseguimos arribar a Framsburgo. El panorama que nos esperaba no era mucho más alentador que el infierno de trasgos que habíamos pasado: las afueras de la ciudad estaba infestada de zombis. Pese al creciente entusiasmo del anciano por la cercanía al hogar de su infancia los demás no podíamos dejar de pensar en si sería mejor volver a por refuerzos, ya que nuestras fuerzas se encontraban bastante mermadas. En esto, Ethanor partió a Carroca en busca de refuerzos mientras Hamanth y Belgur con sus espadas, y yo con mi arco, intentabamos contener a los zombis. Lejos de mejorar, la situación empeoró cuando cruzamos las puertas de la ciudad: trolls muertos vivientes nos esperaban. Mientras nos deshacíamos de esas criaturas Laomir, aparentemente poseido por algún extraño entusiasmo partió hacia la torre de su familia, la torre que guardaba el anillo.